Dicen por ahí que viajar es como cambiar de mundo. Cambia tu entorno, cambias tú y si pasas demasiado tiempo fuera, cuando vuelves ya no te ...
Dicen por ahí que viajar es como cambiar de mundo. Cambia tu entorno, cambias tú y si pasas demasiado tiempo fuera, cuando vuelves ya no te reconoces. Creo que eso es lo que me ha pasado cada vez que me lanzo a la aventura. Aunque la verdad no siempre ha sido necesario desplazarme para viajar.
Una vez, el mundo que me rodeaba cambio tan radicalmente, que me hizo viajar sin que yo me moviera. Muchos de esos cambios provenían de mi, ya que recién comenzaba mi adolescencia y otros tantos de las circunstancias que en 1991 estuvieron tan perfectamente alineadas que parecían poder mirar hasta el otro lado a través de los agujeros de un queso gruyer.
Acostumbrado a los éxitos deportivos de nuestros vecinos y a nuestros eternos infortunios. Lo normal hubiese sido perder, pero ese año algo era diferente, también en el fútbol. Al menos por un instante (y nunca más), nos disfrazamos de nuestros vecinos, pasamos a la final y ganamos. No lo hicimos como ellos, ganándole la final al que te ganó la guerra, pero al menos un perro nuestro le mordió el culo al portero rival y aunque eso no tiene tanto glamour, liberó nuestra rabia acumulada por años.
Pero si en el deporte pasaban cosas extrañas, en política ese año simplemente "Los Dioses se volvieron locos".
Pero si los del Oeste se quedaron sin contrapeso, los del Este (que también hay muchos por acá) se quedaron sin nada. En mi país, algunos de ellos, huérfanos de ideas, ídolos e ideales, cayeron en un abismo de frustración al corroborar que "La Utopía" era mucho más divertida de soñar que de vivir y peor aun, ¡que ya ni siquiera existía!. Otros, menos ingenuos o más astutos, sin creer mucho en lo que hacían, pero con más sentido de la realidad, se renovaron y comenzaron a administrar el sistema de los otros.
Parecía que el siglo se obstinaba en llegar anticipadamente a su fin, al menos acá, donde un par de años antes, El Gran Dictador se sometía a elecciones que lo forzarían a regañadientes a dejar el poder. Y aunque dos años después, aun creía que Chile era su fundo particular, sus pataletas comenzaban a ser cada vez menos efectivas y los que justificaban su barbarie cada vez menos numerosos.
Así se fue 1991, el año que viaje sin viajar, el mismo dónde de un día para otro, ganábamos campeonatos de fútbol, se terminaba la guerra fría y estábamos fuera del Régimen Militar, que prohibía y controlaba todo. De repente como flor de primavera aparecían conciertos de los de verdad, películas sin censura (al menos con menos), y fiestas sin toque de queda.
Una vez, el mundo que me rodeaba cambio tan radicalmente, que me hizo viajar sin que yo me moviera. Muchos de esos cambios provenían de mi, ya que recién comenzaba mi adolescencia y otros tantos de las circunstancias que en 1991 estuvieron tan perfectamente alineadas que parecían poder mirar hasta el otro lado a través de los agujeros de un queso gruyer.
Acostumbrado a los éxitos deportivos de nuestros vecinos y a nuestros eternos infortunios. Lo normal hubiese sido perder, pero ese año algo era diferente, también en el fútbol. Al menos por un instante (y nunca más), nos disfrazamos de nuestros vecinos, pasamos a la final y ganamos. No lo hicimos como ellos, ganándole la final al que te ganó la guerra, pero al menos un perro nuestro le mordió el culo al portero rival y aunque eso no tiene tanto glamour, liberó nuestra rabia acumulada por años.
Pero si en el deporte pasaban cosas extrañas, en política ese año simplemente "Los Dioses se volvieron locos".
Crecí viendo historias que contaban de los chicos buenos del Oeste, que amaban la libertad, la familia y la democracia, que luchaban contra los malos del Este, que solo querían lanzarnos la bomba atómica. Y de repente, así sin más, ¿los malos se retiran del partido?
¡Eso no podía pasar! Qué haría Rocky Balboa sin Iván Drago, o Rambo sin Vietnam. ¿Cómo sería el mundo con Estados Unidos sin la Unión Soviética?, ¿Un Batman sin Guason?. Qué sentido tendían ahora las Políticas de Defensa Americana. Necesitarían encontrar un nuevo malo (tardarían diez años) y un balance para el libre mercado (aun no lo encuentran, pero el 2008 tropezaron solos).
Pero si los del Oeste se quedaron sin contrapeso, los del Este (que también hay muchos por acá) se quedaron sin nada. En mi país, algunos de ellos, huérfanos de ideas, ídolos e ideales, cayeron en un abismo de frustración al corroborar que "La Utopía" era mucho más divertida de soñar que de vivir y peor aun, ¡que ya ni siquiera existía!. Otros, menos ingenuos o más astutos, sin creer mucho en lo que hacían, pero con más sentido de la realidad, se renovaron y comenzaron a administrar el sistema de los otros.
Parecía que el siglo se obstinaba en llegar anticipadamente a su fin, al menos acá, donde un par de años antes, El Gran Dictador se sometía a elecciones que lo forzarían a regañadientes a dejar el poder. Y aunque dos años después, aun creía que Chile era su fundo particular, sus pataletas comenzaban a ser cada vez menos efectivas y los que justificaban su barbarie cada vez menos numerosos.
Así se fue 1991, el año que viaje sin viajar, el mismo dónde de un día para otro, ganábamos campeonatos de fútbol, se terminaba la guerra fría y estábamos fuera del Régimen Militar, que prohibía y controlaba todo. De repente como flor de primavera aparecían conciertos de los de verdad, películas sin censura (al menos con menos), y fiestas sin toque de queda.
Mi nuevo mundo, aun en formación, en el que aparecí tele-transportado por las circunstancias, parecía más divertido y ya que no me quería ir. Al año siguiente, terminaría el Apartheid en Sudáfrica y aunque fuera solo una ilusión adolescente, pensé alguna vez que en el mundo las cosas siempre irían a mejor.
Felipe Bozzo
Felipe Bozzo