Cuando cae la noche lo primero que esperas es que desaparezca lo que te hace sufrir y eso, algunas veces, efectivamente pasa. Se cura la enf...
Cuando cae la noche lo primero que esperas es que desaparezca lo que te hace sufrir y eso, algunas veces, efectivamente pasa. Se cura la enfermedad, se resuelve el problema económico o te reencuentras con tu antigua pareja. Pero no están ahí los verdaderos y más profundos amaneceres. A veces cae la noche y la lluvia no se irá, seguirá contigo para siempre y tendrás que aprender a quererla y descubrir el mensaje secreto y mágico que esconde para ti.
La tormenta eterna, no es un problema técnico, no es posible encontrar a un experto que solucione el tema por ti, es un desafío del alma y necesitas recetas de amor para volver a amanecer. Aceptar, perdonar, dejar de juzgar, comprender, volver a mirar y aprender a caminar con la herida que no ha de cicatrizar.
Como el cuerpo intuye el fin de la noche, el alma presiente el fin de la tormenta y aunque no vea aun los primeros rayos del día, sabe que lo mejor está por llegar. Cuando tu alma te da esa señal, tienes que tomarla e inyectarla en tus venas, para que los glóbulos de optimismo fluyan por todo tu cuerpo y pronto el sol empiece a levantar.
Aunque siga lloviendo, desaparecerá la tormenta y el agua que corra por tu cuerpo ya no dolerá. La lluvia, por el contrario, te limpiará y te sanará de egos, te perdonarás y llegará el día. Y aunque el sol no pegue limpio y de frente, sus rayos invisibles estarán ahí atravesando tus nubes e iluminando tu alma. Sacándote de la posición de victima que tenías en la oscuridad de tu noche y enseñándote día a día, a interpretar la realidad desde la forma en que más te conviene.
Cuando amanezca, ya no serás el centro de la atención, porque tu fuerza y tu energía fluirán hacia los otros y harán de tu vida una existencia trascendente, porque estarás dejando huellas de amor en los demás. Mientras mayor sea tu propósito por servir, más lejos estarás de tu propio dolor y tus heridas sin cicatrizar, no se sentirán, pues no serán tu arma para culpar a los demás sino tu eterna fuente de humanidad.
Vinimos a este mundo a aprender y para aprender hay que fallar y para fallar hay que intentar. No existe una obra que realmente valga la pena observar, sin una oscura noche detrás. No hay éxitos ni aprendizajes con intensidad, sin fracasos y heridas de verdad.
Tal vez estés en plena noche y no tengas el control sobre lo profundo de su oscuridad, pero de ti depende activar el amanecer y usar tu herida para volver a hacerte brillar.
Felipe Bozzo
La tormenta eterna, no es un problema técnico, no es posible encontrar a un experto que solucione el tema por ti, es un desafío del alma y necesitas recetas de amor para volver a amanecer. Aceptar, perdonar, dejar de juzgar, comprender, volver a mirar y aprender a caminar con la herida que no ha de cicatrizar.
Como el cuerpo intuye el fin de la noche, el alma presiente el fin de la tormenta y aunque no vea aun los primeros rayos del día, sabe que lo mejor está por llegar. Cuando tu alma te da esa señal, tienes que tomarla e inyectarla en tus venas, para que los glóbulos de optimismo fluyan por todo tu cuerpo y pronto el sol empiece a levantar.

Cuando amanezca, ya no serás el centro de la atención, porque tu fuerza y tu energía fluirán hacia los otros y harán de tu vida una existencia trascendente, porque estarás dejando huellas de amor en los demás. Mientras mayor sea tu propósito por servir, más lejos estarás de tu propio dolor y tus heridas sin cicatrizar, no se sentirán, pues no serán tu arma para culpar a los demás sino tu eterna fuente de humanidad.
Vinimos a este mundo a aprender y para aprender hay que fallar y para fallar hay que intentar. No existe una obra que realmente valga la pena observar, sin una oscura noche detrás. No hay éxitos ni aprendizajes con intensidad, sin fracasos y heridas de verdad.
Tal vez estés en plena noche y no tengas el control sobre lo profundo de su oscuridad, pero de ti depende activar el amanecer y usar tu herida para volver a hacerte brillar.
Felipe Bozzo