Desde niños nos enseñaron que trabajar y pertenecer a un equipo son siempre sinónimos de algo positivo. En lo que he visto como coach y cons...
Desde niños nos enseñaron que trabajar y pertenecer a un equipo son siempre sinónimos de algo positivo. En lo que he visto como coach y consultor puedo decir que a lo menos, es una verdad relativa. En mi opinión, los equipos virtuosos son pocos y tienen que ver con la conjunción de variables difíciles de encontrar y que rara vez se sostienen en el tiempo.
Con más soltura me atrevo a decir que "los equipos son peligrosos y potencialmente destructivos". Se que puede parecer una frase exagerada para el mundo actual inundado de pensamiento positivo, pero me parece que la historia es elocuente en demostrarnos quienes somos en realidad como especie humana.
Intentaré explicar en que me baso para tan radical afirmación: Tenemos una enorme tendencia a permanecer en un equipo, ya que salir desata nuestros miedos más profundos. La razón está en nuestras bases antropológicas, en nuestros inicios como especie, donde formar parte de un equipo era la manera de permanecer con vida y la expulsión o muerte social equivalía a la muerte real. De cierta forma esos miedos tan profundos los arrastramos hasta hoy y aunque nadie se muere por perder un trabajo o salir de un club, nuestro inconsciente parece que sigue entendiendo que sí. Tal vez por eso solemos estar dispuestos a hacer cosas que ética-mente nunca haríamos por nosotros mismos y en base a nuestra propia ética, con tal de evitar la expulsión.
Este dilema parece estar absolutamente fuera del debate, ya que en las Escuelas de Negocio. Donde nos formamos la mayoría de los Gerentes y Directivos de empresa, nos enseñan muchísimo sobre sinergias, motivación y trabajo en equipo, pero muy poco o mejor dicho nada, sobre los peligros de que nos empujan a permanecer a toda costa dentro de él. Envidias, ambiciones, traición, abuso de poder o deslealtad, son solo algunos de los anti-valores que podemos encontrar muy a menudo en un equipo. Tal vez por eso es más fácil que una empresa la quiebre un equipo donde se desatan luchas de poder, que su propia competencia o es más fácil que un país lo destruya una manga políticos corruptos, que una fuerte crisis internacional o es más fácil que un campeonato se pierda por una pelea de camarín, que por una genialidad del contrario.
Si lo que queremos es cuidar una empresa, un equipo o una organización, es necesario ponerse las gafas para mirar conflictos y entender que está pasando realmente. Desarrollar sensibilidad para entender que frágil e inestables son las relaciones entre las personas y aprender que de la misma forma en que se pueden crear círculos virtuosos, se pueden crean sinergias que destruyen a gran velocidad.
Desde este punto de vista, la principal función de quien dirige, es hacer oportunas intervenciones de liderazgo ante los primeros indicios de corrupción del equipo para evitar que las crisis éticas escalen y se vuelvan poco a poco parte de la normalidad. Por la otra parte, la responsabilidad de los miembros de un equipo, es reservarse para si mismos continuamente la libertar de seguir o no seguir al grupo, contrastándola permanentemente con la propia ética y estando dispuesto a asumir la expulsión en caso de ser necesario.
Al fin y al cabo, para actuar correctamente desde el punto de vista ético, ya sea como líder o como seguidor, se requiere exactamente lo mismo:
Coraje, mucho coraje.
Con más soltura me atrevo a decir que "los equipos son peligrosos y potencialmente destructivos". Se que puede parecer una frase exagerada para el mundo actual inundado de pensamiento positivo, pero me parece que la historia es elocuente en demostrarnos quienes somos en realidad como especie humana.
Intentaré explicar en que me baso para tan radical afirmación: Tenemos una enorme tendencia a permanecer en un equipo, ya que salir desata nuestros miedos más profundos. La razón está en nuestras bases antropológicas, en nuestros inicios como especie, donde formar parte de un equipo era la manera de permanecer con vida y la expulsión o muerte social equivalía a la muerte real. De cierta forma esos miedos tan profundos los arrastramos hasta hoy y aunque nadie se muere por perder un trabajo o salir de un club, nuestro inconsciente parece que sigue entendiendo que sí. Tal vez por eso solemos estar dispuestos a hacer cosas que ética-mente nunca haríamos por nosotros mismos y en base a nuestra propia ética, con tal de evitar la expulsión.
Este dilema parece estar absolutamente fuera del debate, ya que en las Escuelas de Negocio. Donde nos formamos la mayoría de los Gerentes y Directivos de empresa, nos enseñan muchísimo sobre sinergias, motivación y trabajo en equipo, pero muy poco o mejor dicho nada, sobre los peligros de que nos empujan a permanecer a toda costa dentro de él. Envidias, ambiciones, traición, abuso de poder o deslealtad, son solo algunos de los anti-valores que podemos encontrar muy a menudo en un equipo. Tal vez por eso es más fácil que una empresa la quiebre un equipo donde se desatan luchas de poder, que su propia competencia o es más fácil que un país lo destruya una manga políticos corruptos, que una fuerte crisis internacional o es más fácil que un campeonato se pierda por una pelea de camarín, que por una genialidad del contrario.
Si lo que queremos es cuidar una empresa, un equipo o una organización, es necesario ponerse las gafas para mirar conflictos y entender que está pasando realmente. Desarrollar sensibilidad para entender que frágil e inestables son las relaciones entre las personas y aprender que de la misma forma en que se pueden crear círculos virtuosos, se pueden crean sinergias que destruyen a gran velocidad.
Desde este punto de vista, la principal función de quien dirige, es hacer oportunas intervenciones de liderazgo ante los primeros indicios de corrupción del equipo para evitar que las crisis éticas escalen y se vuelvan poco a poco parte de la normalidad. Por la otra parte, la responsabilidad de los miembros de un equipo, es reservarse para si mismos continuamente la libertar de seguir o no seguir al grupo, contrastándola permanentemente con la propia ética y estando dispuesto a asumir la expulsión en caso de ser necesario.
Al fin y al cabo, para actuar correctamente desde el punto de vista ético, ya sea como líder o como seguidor, se requiere exactamente lo mismo:
Coraje, mucho coraje.