Manitos al sudor, corazón a las costillas y mejillas al vino tinto. Mente que hace eco y palabras extraviadas. Segundos que se demoran, oíd...
Manitos al sudor, corazón a las costillas y mejillas al vino tinto. Mente que hace eco y palabras extraviadas. Segundos que se demoran, oídos que silban y ojos que se expanden.
De la nada escuchas una frase y eres tú mimo quien te habla: "Te lo dije, ni lo intentes. Escápate al baño, di que estás enfermo, pero tú no me hiciste caso y aquí estás, lo olvidaste todo y ahora estás perdido". Con un grito en silencio te contestas: "¡Te dije que esta exposición era importante y justo ahora se te ocurre quedarte en blanco!"
Compañeritos intentan moverte desde lejos con las cejas, pero no funciona y pierden la paciencia. Agrandas sus caras y te haces pequeño, tan pequeño y ellos cada vez más grandes.
Empiezas o mas bien solo lo intentas, porque cuando lanzas tus primeras palabras descubres que tu voz se atoro en la garganta y no sale. Tu silencio se hace burla y la risa alza el volumen. Quieres llorar, pero decides tragas lagrimas que saben a resfrío de niño.
Sigues de pie y mágicamente haces balancear la cara del profesor. Mientras decantan las risas pierdes la noción del tiempo y el silencio se come todo. Sin darte cuenta, llegaste al final sin empezar. Te invitan a sentarte y corazón decide dejar de andar saltando, al tiempo que tu nueva autoestima toma asiento.
La nota es lo de menos, al menos esto es todo... Por ahora.
Felipe Bozzo