Decides iniciar una dieta y justo después te comes un trocito de chocolate para premiarte por la excelente decisión que acabas de tomar. ¿Te...
Decides iniciar una dieta y justo después te comes un trocito de chocolate para premiarte por la excelente decisión que acabas de tomar. ¿Te suena conocido?
Has pensado alguna vez, porque tantos planes terminan siendo meras intenciones. ¿Compraste algunas vez un curso de idiomas y luego apenas lo empezaste?, ¿te inscribiste al gimnasio por seis meses y fuiste solo un par de semanas?.
La respuesta a estos comportamientos está en la relación desalineada que existe entre nuestras decisiones conscientes y nuestros hábitos emocionales inconscientes. Dicho de otra manera, nuestro cerebro consciente es como un pequeño jinete intentando girar a un enorme elefante emocional.
La pregunta es entonces, qué tenemos que hacer para que ambos cerebros, racional y emocional (neocortex y sistema límbico) trabajen como un equipo en la misma dirección.
La respuesta no es sencilla, aunque sin duda, tomar conciencia de las emociones en el proceso de decisión es una de las claves.
El modelo neoliberal nos hizo creer que los seres humanos éramos racionales en la toma de decisiones, aunque la realidad dista bastante de eso, porque mas bien somos sistemáticamente irracionales. Déjenme darles un pequeño ejemplo: si alguien en el casino va perdiendo 100.000, su propensión a jugar es mucho mayor a si va ganando los mismos 100.000. Aunque las probabilidades son exactamente las mismas, en el primer caso si se retira tiene que asumir perdidas y por lo tanto su comportamiento es más arriesgado que en el segundo caso.
Nuestra mala disposición a asumir pérdidas, hace que nuestras decisiones estén fuertemente cargadas hacia el estatus quo, es decir a permanecer tal cual estamos, aunque no sean necesariamente la mejor opción.
Y si somos bastante malos a la hora de asumir perdidas, de volver a aprender o de replantear lealtades. Cómo hacemos entonces para cambiar o para lanzarnos a un plan y no fallar.
Explorar las convicciones, las razones del corazón y el por qué es importante para ti. Si las respuestas son circunstanciales o si no son suficientemente profundas y contundentes, es mejor esperar hasta encontrar razones emocionales de peso. De otra manera lo que harás será comenzar un nuevo plan frustrado y con eso debilitaras tu autoestima que es a su vez el motor de la voluntad.
Un plan sin profundas convicciones es como un vehículo sin ruedas. Da lo mismo la cilindrada del motor, de todas maneras no te llevará a ningún sitio. Mejor antes a actuar, pon tus dos cerebros a conversar, asegúrate de que están de acuerdo y enséñales a que juntos deben trabajar.
Felipe Bozzo