A diferencia de mi hermano, yo no conocía las ventajas de quedarse solo en casa por tres semanas. Por eso cuando papá preguntó si queríamos...
A diferencia de mi hermano, yo no conocía las ventajas de quedarse solo en casa por tres semanas. Por eso cuando papá preguntó si queríamos ir, no me demoré un segundo en aceptar, al fin y al cabo eran tres semanas sin ir al colegio, que en Chile es algo así como ir a jugar a que aprendes, pero sin aprender y respetando las reglas. Aunque en realidad no sabía bien a que iba, algo en mi cambiaría para siempre.
La cosa no empezó demasiado bien. Tal vez, Líneas Aéreas Paraguayas con escala en Senegal no fue la mejor decisión de papá, pero había que ser tolerantes, Avianca para el viaje a Miami con escala en Bogotá y alojamiento en el mismo hotel que los hijos de Pablo Escobar, tampoco había sido una gran decisión y terminó siendo un viaje espectacular. Eso sí, lo que no consideré a esa altura del viaje, es que en Estados Unidos todas las penas se pasaban al arrendar el auto, pisar el primer Mc Donald y sentir que estabas dentro de una serie Americana. Europa era diferente, no tenia ese glamour de lo grande y barato, así que papá decidió comprar un vieja casa rodante y arrendar un coche a un primo que recogía todo de la calle, incluido el auto que nos arrendó.
A diferencia de los parientes lejanos de Estados Unidos, los de España no se habían hecho ricos, pero igual se sentían orgullosos. Decían que allí todo se los daban gratis, incluido el sillón en donde estabamos sentados. Eso si, si trabajabas era mejor que nadie se enterara, porque tendrías que pagar por los que no trabajaban. Así que en general estaban más contentos cuando los despedían que cuando los contrataban. No entendí muy bien como funcionaba esa lógica...bueno en realidad sigo sin hacerlo.
Entre tanto mamá abrió su súper mochila (preparada para perderse en Senegal o caerse en el Atlántico) y sacó un pedazo de marraqueta. Instantaneamente nuestros anfritiones olvidaron su discurso del primer mundo y su forzado acento madrileño y se lanzaron tal fiera hambrienta y a punta de hueón por un pedacito de ese pan medio añejo como si fuera la última Coca-Cola del desierto.
A diferencia de los parientes lejanos de Estados Unidos, los de España no se habían hecho ricos, pero igual se sentían orgullosos. Decían que allí todo se los daban gratis, incluido el sillón en donde estabamos sentados. Eso si, si trabajabas era mejor que nadie se enterara, porque tendrías que pagar por los que no trabajaban. Así que en general estaban más contentos cuando los despedían que cuando los contrataban. No entendí muy bien como funcionaba esa lógica...bueno en realidad sigo sin hacerlo.
Entre tanto mamá abrió su súper mochila (preparada para perderse en Senegal o caerse en el Atlántico) y sacó un pedazo de marraqueta. Instantaneamente nuestros anfritiones olvidaron su discurso del primer mundo y su forzado acento madrileño y se lanzaron tal fiera hambrienta y a punta de hueón por un pedacito de ese pan medio añejo como si fuera la última Coca-Cola del desierto.
Pasaron los días y la cosa no mejoraba, mientras yo como buen chileno que busca ser reconocido en el mundo, preguntaba a quien veía su opinión sobre el pedazo de iceberg que habíamos llevado a la feria de Sevilla, sin embargo, nadie parecía saber nada de nuestra proeza, que en la televisión chilena nos la habían vendido como la noticia del año en España. Y por contra todos me preguntaban acerca de Pinochet. Bien pesados estos españoles, pensaba en mis adentros, si ya les dije que yo era del No y siguen dándome charlas de moral. Bueno, parece que no era tan fácil de entender nuestra extraña normalidad...Papá, por qué no volvemos a USA, la verdad es que Pluto y Mickey no preguntaban tanta vaina.
Seguimos el viaje cruzando el Pirineo y carreteras anchas combinadas con algún topless en Monaco empezaron a remodelar mi opinión de Europa. De pronto como ráfagas aparecieron Italia, Austria, Suiza y Alemania y empece a entender que la belleza aquí era diferente, menos instantánea y más real, menos de plástico y más de piedra, menos de colores brillantes y más de grises y pasteles. Y así, casi sin darme cuenta comenzaba mi más larga y fructifera amistad: Europa.
La vida con catorce años se ve diferente. Yo nunca he vuelto a tener catorce pero como me gustaría y a ti.
Felipe Bozzo
PD: Gracias Papá.