Vivimos posiblemente los tiempos de mayores cambios en la historia de la humanidad. Nuestra tecnología ha crecido de manera expone...
Vivimos posiblemente los tiempos de mayores cambios en la historia de la humanidad. Nuestra tecnología ha crecido de manera exponencial y ha entrado sin invitación en la vida de todos nosotros. Sin asimetrías de la información, los conocimientos que antes estaban reservados solo para los expertos ahora están ahora a un solo clic en nuestros bolsillos y las distancias que antes eran eternas, se redujeron, gracias a las redes sociales que nos acercan a familiares y amigos en cualquier lugar del mundo, a unos pocos segundos. Pero temo que, a pesar de estas ventajas, nos estamos olvidando de lo trascendental. Tal vez, obnubilados por lo sorprendente, hemos descuidado lo importante. De pronto parecemos estar más preocupados de los “like” que recibimos, que de quien está a nuestro lado.
Estamos atontados, desconcertados y sorprendidos por esta nueva realidad donde un “me gusta” no equivale a un abrazo, ni un “emoticón” jamás reemplazará a una sonrisa.
Por eso, en esta carrera de locura y velocidad, necesitamos urgentemente regresar a lo medular, a lo simple y a lo esencial. El mundo cambio y no parará de cambiar. Nanotecnología, genética o inteligencia artificial, están ya ad-portas de llegar a nuestra cotidianidad, trayendo nuevos cambios en nuestras formas de vivir, amar, criar y trabajar. Y es normal que este panorama nos genere miedo e incertidumbre, sin embargo, por muy grandes que sean estos cambios, seguirá dependiendo de nosotros el sentido que les queramos dar.
Adaptación, flexibilidad y cambio, serán pilares para ir aprendiendo a vivir en un entorno que es nuevo y desconocido para todos. No será fácil y seguramente tendremos que asumir más de alguna perdida en el camino, ya que nadie nos preparó para el mundo que vendría. Pero tenemos motivos para seguir siendo optimistas y algunas pistas sobre como avanzar. Porque la clave estará siempre en empezar desde nuestro interior, conectando con quienes somos y descubriendo día a día el propósito más trascendente de nuestra pequeña pero inigualable existencia. Y mientras vamos descubriéndolo, volvamos a conversar, como hermanos que caminan hombro con hombro un sendero hasta el cansancio; y volvamos a conectar, con dios, con los demás y con nosotros mismos; y volvamos a soñar, con hoy, con mañana y con siempre. A fin de cuentas, el viaje es el camino y nuestra simple presencia tiene sentido.
Sí, todo el sentido.
Felipe Bozzo